Auschwitz · El grito ahogado

Auschwitz: EL GRITO AHOGADO

Auschwitz y Birkenau son mucho más que el testimonio actual del holocausto contra los judíos. Fue el infierno de unos hombres, mujeres y niños que nacieron para ser exterminados por el fanatismo de unos pocos que desgraciadamente convenció a muchos.

En el recinto de Auschwitz se respira como en un camposanto, con respeto y reflexión, permitiendo que la visita sea tan prolongada como capaz sea uno de mirar. Vallado por un frondoso muro de espinos, a modo de epitafio en la puerta de acceso reza una frase “Arbeit Macht Frei”, -El trabajo hace libre- dice en alemán.

Equipado con crematorios y cámaras de gas, el campo de exterminio de Auschwitz fue el mayor laboratorio de ensayo y ensaño, consiguiendo un proceso perfectamente industrializado para aniquilar de manera sistemática seres humanos. A muy pocos kilómetros, Birkenau, el mayor almacén receptor de judíos procedentes de toda Europa. Podría decirse que los trenes llegaban hasta las cámaras de gas. Allí terminaba su trayecto. Los que estaban físicamente capacitados eran separados y enviados al campo de trabajo, lo que eventualmente ralentizaba su muerte aunque no el sufrimiento, ya que el período de supervivencia se alargaba a 3 ó 4 meses antes de sucumbir de hambre, enfermedad, o exceso de trabajo. Mientras, aquellos que no encajaban porque llegaban enfermos, débiles o discapacitados eran aniquilados sin demora. Para los nazis el listón era muy alto, la gran mayoría del transporte, entre el 70 y 95%, se enviaba a la cámara de gas.

Actualmente caminar por el campo de Birkenau te sobrecoge. Imaginar en qué situación vivían las víctimas del holocausto, hace difícil creer que alguien pudiera sobrevivir física y psicológicamente a tanta crueldad.

En los miles de barracones que las propias víctimas construyeron, la SS hacinaba a millones de personas escasamente alimentadas, durmiendo en cajones de madera, sin ropas de abrigo y sobretodo humilladas en lo más profundo de su ser. Muchos no podían soportarlo más y se lanzaban contra el vallado de espinos electrificado con 5.000 voltios.

En las salas de Auschwitz y los barracones de Birkenau es casi perceptible el grito ahogado, el dolor inaudible de las víctimas de uno de los más atroces actos que ha cometido el ser humano en el siglo XX. El silencio te ensordece, la atmósfera está cargada de desesperación y sufrimiento, pasillos repletos de retratos de hombres con la mirada gastada por tanta crueldad. Con enfermiza meticulosidad, la SS registraba cada dato, cada detalle de sus víctimas. En las paredes, miles de rostros con sus nombres, número, estatura, peso, color del cabello, edad, con o sin gafas, su procedencia, nacionalidad, hasta el más nimio detalle. Los que estamos allí, ante su mirada, como si existiera el temor a despertar el sosiego de sus almas no se escucha comentar a los visitantes, ni siquiera el murmullo propio de los grupos desplazándose de una habitación a otra.

Después, al salir del edificio el pulso se acelera, respiras hondo para que el oxígeno limpie los pensamientos y esperas con calma que se apacigüe la rabia y el dolor mezclados con impotencia e incredulidad.

Los campos de genocidio de Auschwitz y Birkenau son por encima de todo el recuerdo de lo que no debería repetirse. La historia sirve para hacer memoria de aquello que deberíamos evitar que volviera a suceder y así, no tener que lamentarnos en un futuro y preguntarnos ¿cómo pudo pasar?.